¿Vas a la iglesia a recibir… o a dar?
La alabanza congregacional tiene un poder espiritual impresionante, y cuando un pueblo se une para exaltar a Dios, el cielo responde. Alabar no es un acto rutinario, es una declaración de fe, una forma de decirle al Señor: “Aquí estoy, con alegría, con gratitud y con todo mi corazón”.
Dios no busca voces perfectas, sino corazones rendidos. Cuando levantas tus manos, aplaudes, danzas o simplemente cantas con sinceridad, estás provocando que su presencia se manifieste.