La Biblia muestra que llorar no es pecado: es parte de ser humanos y Dios recibe nuestras lágrimas. Pero también nos advierte que, si dejamos que ellas nos opaquen, podemos perder de vista la fe, la esperanza y las promesas de Dios.
David lo expresó en un salmo: “Las lágrimas me nublan la vista”. El enemigo quiere usar ese dolor para hacernos creer que Dios no está, que no hay final, que estamos solos o que nada bueno saldrá de lo vivido. Pero la verdad es otra: Dios está cerca, hay un propósito en medio de la prueba y nuestras lágrimas nunca son ignoradas por Él.