
Investigando la investigación 370. Cuando es más importante la pregunta que la respuesta
Hoy me dejo llevar por una reflexión completamente improvisada sobre cómo me relaciono hoy con el conocimiento y con la investigación. Parto de la idea clásica del método científico —plantear un problema, elegir unas herramientas y tratar de encontrar una respuesta— y me pregunto si de verdad siempre funciono así cuando investigo, o cuando simplemente intento comprender algo que me inquieta. Aprovecho para recorrer el camino que hemos vivido desde los inicios de internet, cuando descubrimos Wikipedia y los grandes buscadores y parecía que habíamos conquistado el territorio del conocimiento, hasta este presente en el que herramientas como ChatGPT nos devuelven respuestas largas, ya procesadas, que muchas veces ni siquiera leo con calma porque acabo pidiendo versiones más cortas, más resumidas, más “para ya”. Hablo de esa sensación de vivir en la “sociedad del TikTok”, donde todo tiene que durar poco, rendir mucho y exigirnos el mínimo esfuerzo posible, y de cómo eso va erosionando nuestra capacidad de atención y de profundizar.
A partir de ahí comparto una intuición muy personal: tengo la impresión de que, aunque sea de forma minoritaria, está empezando a darse un pequeño giro hacia lo humano. En mi entorno veo personas, y yo me incluyo, que sienten saturación tecnológica y que desean “destecnificarse” un poco, recuperar la sensación de que el proceso de conocer no depende tanto de las herramientas como de nuestra propia manera de mirar, de preguntar, de dudar. Sigo creyendo en la utilidad de la tecnología, por supuesto, pero la imagino ocupando un lugar más acotado dentro del proceso, no como el centro absoluto. Cito a Byung-Chul Han y La sociedad del cansancio para pensar esta mezcla de productividad, cansancio y autoexigencia en la que estamos metidos, y trazo un paralelismo con el nacimiento de la filosofía en la Grecia clásica: así como entonces se pasó de una confianza absoluta en los dioses a empezar a hacerse preguntas desde lo humano, ahora quizá estamos pasando, muy tímidamente, de una fe ciega en la tecnología a recuperar cierto humanismo en nuestra forma de entender el conocimiento. Termino reivindicando algo muy sencillo: el mero hecho de hacerse preguntas ya tiene un valor enorme, aunque no llegue a ninguna respuesta espectacular. Solo estar ahí, detenerme un momento, cuestionar lo que tengo delante y no vivir todo el rato en la rueda del hámster de la productividad, para mí ya justifica este episodio y muchas de las reflexiones que comparto en él.
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